Comentario
La Dinastía de Akkad, que sucedió en el tiempo a la larga fase del Dinástico Arcaico sumerio, desempeñó un importantísimo cometido político y cultural en la historia de Mesopotamia. Hasta tanto no se descubra su capital imperial, Akkadé, situada junto el Eufrates, debemos contentarnos con conocer algo de tal Dinastía y de sus sucesores tomando como referencia restos arqueológicos y testimonios escritos de sus centros provinciales, así como tardíos textos literarios.
La suerte de Akkad comenzó con Sargón (2334-2279), un aventurero semita que logró en poco tiempo, tras someter a Lugalzagesi de Umma, extender su dominio por toda Mesopotamia, desde el golfo Pérsico al mar Mediterráneo. Después de dos reinados caracterizados por la debilidad, Naram-Sin (2254-2218), nieto de Sargón, llevaría al Imperio a su máximo poderío en medio de constantes luchas. Unos años de anarquía, durante los cuales gobernaron reyes sin ninguna relevancia histórica, precedieron a la caída de Akkad, motivada según las fuentes históricas por el ataque de la feroz tribu montañesa de los qutu en el año 2154.
Artísticamente, con los acadios se asistió a un mayor desarrollo de la fantasía y del gusto, tal vez motivado por el propio espíritu de los pastores nómadas semitas o quizá por los mayores medios financieros con que contó Mesopotamia en aquella época, lo que permitió la llegada de materias primas más abundantes, que habrían podido desarrollar vocaciones artísticas.
De las formas estáticas sumerias se pasó a obras técnicamente más perfectas y mucho más vivaces; al propio tiempo se acometió la labra de la gran estatuaria, asentada en la búsqueda de la perfección anatómica y puesta al servicio de la ideología imperial. En la glíptica, con ejemplares de tamaño menor, pero de más calidad, se representó por primera vez a los dioses bajo formas humanas, novedad que hizo de los acadios los creadores del repertorio mitológico de la posterior Babilonia clásica.